
Se amarró las agujetas de sus zapatillas Jordan. Se acomodó la gorra para adelante y se tapó casi medio rostro. Metió la mano derecha al lado izquierdo de su cintura. Sacó un arma de fuego. Se trataba de “El Paisa”. Abrió la puerta de su casa para buscar a los miembros de su pandilla e ir en busca de “Los Malditos de la 12” y vengar la muerte del “Rafa di Zeo”, líder de su banda “Los Bastardos”.
El Paisa reunió a toda su gente: al “Warrior”, al “Norick” y a “Rambo”, los más temibles de su banda. Los encontró en una tienda del barrio, a cuatro cuadras de su casa. Estaban bebiendo y fumando.
_ ¡Hey, mi gente! ¿En qué están? ¿Qué hacen? – dijo El Paisa, dándole a cada uno la mano en señal de saludo.
_ Acá, haciendo hora un rato. ¿Y qué hay con esos huevones de los “Los Malditos de la 12”? –preguntó el ”Norick” airado, y pasando el cigarrillo al “Warrior”.
_ Más tarde nos encontraremos con esos perros para que vean quién manda acá en el barrio. Así que vine para que se preparen y alisten sus armas – respondió El Paisa con un tono sarcástico. Vuelvo por ustedes dentro de 15 minutos – añadió.
_ ¡Está bien! Anda! Aquí te esperamos – dijo “Rambo”.
Después de 20 minutos, se reunieron otra vez. Los cuatro juntos fueron al encuentro de la pandilla enemiga en una esquina del barrio donde paraban ambos grupos, pero cada uno era de diferentes zonas, lo cual era el motivo de su rivalidad.
Aproximadamente a las seis de la tarde, ya en el lugar de encuentro, estaban preparados los del otro bando: “Coco”, el “N.E.S.I.O.” y “Nossferatu”, al mando del líder “Loco Lalo”. Este último entró a la carrera para avisar que los “Bastardos” estaban a dos cuadras.
_ ¡Ahí vienen! ¡Ahí vienen! – gritó.
Eran cuatro contra cuatro. Cada uno apuntó a su rival. Como era obvio, se enfrentarían líder versus líder. Tenían cuchillos, sables, pistolas y todo tipo de herramientas que le permitieran herir a cada uno de sus rivales. “El Paisa” se agarró con el “Loco Lalo”. Mano a mano. Los otros tres apoyaban a su líder.
El Paisa se quitó la gorra, como solía hacerlo, y la polera llena de parches. El Loco Lalo se remangó el polo y dejó al descubierto sus tatuajes de un corazón flechado en su hombro y unas alas en su espalda. Se miraron cada uno con furia, como sólo se puede mirar a un enemigo. Dieron un paso hacia adelante. Despacio. Esa era la señal.
El Loco Lalo comenzó a caminar circularmente. El Paisa se acercó hacia el centro sin perderlo de vista. Trataban de intimidarse el uno al otro. El Loco Lalo salió primero. Atacó con un puñete en media luna. Pero El Paisa logró esquivarlo. Era muy rápido. Sin embargo, este último tenía guardado un cuchillo bajo el pantalón. Le hizo un corte en el pecho. El Loco Lalo se dio cuenta que estaba sangrando y que tenía un corte muy grande.
_ ¡Mierda! ¡Hijo de puta! – insultó el Loco Lalo. ¡Te vas a cagar! Te voy a matar, huevón!
_ Eso lo veremos, idiota – añadió El Paisa. Y tiró un escupitajo al suelo.
Los demás, que habían permanecido callados, comenzaron a maldecirse, a insultarse y a mentarse la madre. Bando contra bando. Se mostraban encapuchados, sucios, desordenados, con zapatillas desamarradas. Eran mierda por fuera pero tenían miedo.
El Loco Lalo también sacó su cuchillo y propuso no fallar. Envió una patada. El Paisa se lo esquivó y tiró un golpe hacia su costilla. El Loco Lalo parecía lastimado. Su gente se puso alerta. Pero se rehízo al instante para que no recibiera más golpes. Lanzó una patada directa. Esta vez logró darle, aunque no parecía dar resultados.
El Paisa decidió lanzarse con todo, de tal manera que ambos cayeran al suelo y comenzaran a golpearse. Así lo hizo. Pero falló. El Paisa se fue de largo y el Loco Lalo lo agarró por detrás, del cuello. Logró darle una patada en los huevos, aunque el pecho le ardía a causa del corte. El Paisa se recuperó y, agachándose, logró tumbarlo con una terrible patada en los tobillos. Ambos cayeron al suelo y comenzaron a rodar de lado a lado. Quisieron separarlos, pero no lo hicieron. El Loco Lalo quedó sobre el Paisa. Tenía un cuchillo.
_ ¡Ahora sí te cagaste, hijo de perra! Te voy a matar! –quiso asustarlo.
Pensó clavarle el puñal en su pierna izquierda, para que no pudiera caminar a la perfección. Lo hizo. Sangraba su pierna. Pero El Paisa también escondía un cuchillo. Lo sacó. Y se lo introdujo en la pierna derecha del Loco Lalo. Se separaron. Ambos estaban heridos en el suelo. Trataron de ponerse de pie. Pero era imposible. Su gente trató de ayudar a cada uno de sus líderes. Pero tampoco. No podían caminar.
Para mala suerte de los dos, se escuchó la sirena de la policía. “!La cagada!”, pensaron. Se acercaban carros y motos del Escuadrón Verde. Estaban a casi a dos cuadras. Los demás huyeron. Dejaron a sus dos líderes tirados y heridos en el suelo. ¡Malditos traidores, hijos de puta!- se dijeron ambos. La policía se acercó. Se trataba del final del Paisa y del Loco Lalo.
Un policía de cargo superior se les acercó. Ambos se encontraban con profundas heridas y cortes en las piernas.
_ ¿Qué ha pasado acá, carajo? –gritó el policía a los dos.
_ …
_ ¿Así que no van a hablar? – preguntó de nuevo furiosamente. Y pateó a ambos en el estómago.
_ …..
_ ¿Ustedes se creen los bacancitos de la zona? Creen que porque roban, fuman, se meten su marihuana, están en pandillas, van a ser verdaderos hombres?
_ ….
_ Respondan imbéciles. Ahí sí no tienen huevos para hablar. Solo los tienen para sacar un cuchillo o un arma y disparar, y hacer sus tantas mierdas.
_ ….
_ Van a ver. Se van a pudrir en la cárcel. Muévanse, hijos de puta.
Desde lejos, desde una esquina, permanecía escondido el “N.E.S.I.O.”, compañero del Loco Lalo. Observaba cómo lo interrogaban y cómo recibía golpes de esos malditos policías. Se lamentó por haberlo dejado ahí sin poder levantarlo. Pero ya no podía hacer nada. El Loco Lalo logró ver al “N.E.S.I.O.” desde muy lejos. Se miraron fijamente. Recordaban todo lo que vivieron juntos. Las cosas buenas y las cosas malas. Ambos aguantaron unas lágrimas en sus ojos. No podían controlarse. Se llevaban a la cárcel al Loco Lalo, junto con el Paisa. Finalmente, le hizo una señal de despedida. Era un hasta nunca.
Los otros que huyeron siguieron con su rivalidad eterna. Iban a permanecer peleados para siempre. Jamás se perdonarían el hecho de haber abandonado a sus líderes. Parecía que todo esto acabaría solo cuando uno de ellos estuviera tras las rejas o muerto.
El Paisa reunió a toda su gente: al “Warrior”, al “Norick” y a “Rambo”, los más temibles de su banda. Los encontró en una tienda del barrio, a cuatro cuadras de su casa. Estaban bebiendo y fumando.
_ ¡Hey, mi gente! ¿En qué están? ¿Qué hacen? – dijo El Paisa, dándole a cada uno la mano en señal de saludo.
_ Acá, haciendo hora un rato. ¿Y qué hay con esos huevones de los “Los Malditos de la 12”? –preguntó el ”Norick” airado, y pasando el cigarrillo al “Warrior”.
_ Más tarde nos encontraremos con esos perros para que vean quién manda acá en el barrio. Así que vine para que se preparen y alisten sus armas – respondió El Paisa con un tono sarcástico. Vuelvo por ustedes dentro de 15 minutos – añadió.
_ ¡Está bien! Anda! Aquí te esperamos – dijo “Rambo”.
Después de 20 minutos, se reunieron otra vez. Los cuatro juntos fueron al encuentro de la pandilla enemiga en una esquina del barrio donde paraban ambos grupos, pero cada uno era de diferentes zonas, lo cual era el motivo de su rivalidad.
Aproximadamente a las seis de la tarde, ya en el lugar de encuentro, estaban preparados los del otro bando: “Coco”, el “N.E.S.I.O.” y “Nossferatu”, al mando del líder “Loco Lalo”. Este último entró a la carrera para avisar que los “Bastardos” estaban a dos cuadras.
_ ¡Ahí vienen! ¡Ahí vienen! – gritó.
Eran cuatro contra cuatro. Cada uno apuntó a su rival. Como era obvio, se enfrentarían líder versus líder. Tenían cuchillos, sables, pistolas y todo tipo de herramientas que le permitieran herir a cada uno de sus rivales. “El Paisa” se agarró con el “Loco Lalo”. Mano a mano. Los otros tres apoyaban a su líder.
El Paisa se quitó la gorra, como solía hacerlo, y la polera llena de parches. El Loco Lalo se remangó el polo y dejó al descubierto sus tatuajes de un corazón flechado en su hombro y unas alas en su espalda. Se miraron cada uno con furia, como sólo se puede mirar a un enemigo. Dieron un paso hacia adelante. Despacio. Esa era la señal.
El Loco Lalo comenzó a caminar circularmente. El Paisa se acercó hacia el centro sin perderlo de vista. Trataban de intimidarse el uno al otro. El Loco Lalo salió primero. Atacó con un puñete en media luna. Pero El Paisa logró esquivarlo. Era muy rápido. Sin embargo, este último tenía guardado un cuchillo bajo el pantalón. Le hizo un corte en el pecho. El Loco Lalo se dio cuenta que estaba sangrando y que tenía un corte muy grande.
_ ¡Mierda! ¡Hijo de puta! – insultó el Loco Lalo. ¡Te vas a cagar! Te voy a matar, huevón!
_ Eso lo veremos, idiota – añadió El Paisa. Y tiró un escupitajo al suelo.
Los demás, que habían permanecido callados, comenzaron a maldecirse, a insultarse y a mentarse la madre. Bando contra bando. Se mostraban encapuchados, sucios, desordenados, con zapatillas desamarradas. Eran mierda por fuera pero tenían miedo.
El Loco Lalo también sacó su cuchillo y propuso no fallar. Envió una patada. El Paisa se lo esquivó y tiró un golpe hacia su costilla. El Loco Lalo parecía lastimado. Su gente se puso alerta. Pero se rehízo al instante para que no recibiera más golpes. Lanzó una patada directa. Esta vez logró darle, aunque no parecía dar resultados.
El Paisa decidió lanzarse con todo, de tal manera que ambos cayeran al suelo y comenzaran a golpearse. Así lo hizo. Pero falló. El Paisa se fue de largo y el Loco Lalo lo agarró por detrás, del cuello. Logró darle una patada en los huevos, aunque el pecho le ardía a causa del corte. El Paisa se recuperó y, agachándose, logró tumbarlo con una terrible patada en los tobillos. Ambos cayeron al suelo y comenzaron a rodar de lado a lado. Quisieron separarlos, pero no lo hicieron. El Loco Lalo quedó sobre el Paisa. Tenía un cuchillo.
_ ¡Ahora sí te cagaste, hijo de perra! Te voy a matar! –quiso asustarlo.
Pensó clavarle el puñal en su pierna izquierda, para que no pudiera caminar a la perfección. Lo hizo. Sangraba su pierna. Pero El Paisa también escondía un cuchillo. Lo sacó. Y se lo introdujo en la pierna derecha del Loco Lalo. Se separaron. Ambos estaban heridos en el suelo. Trataron de ponerse de pie. Pero era imposible. Su gente trató de ayudar a cada uno de sus líderes. Pero tampoco. No podían caminar.
Para mala suerte de los dos, se escuchó la sirena de la policía. “!La cagada!”, pensaron. Se acercaban carros y motos del Escuadrón Verde. Estaban a casi a dos cuadras. Los demás huyeron. Dejaron a sus dos líderes tirados y heridos en el suelo. ¡Malditos traidores, hijos de puta!- se dijeron ambos. La policía se acercó. Se trataba del final del Paisa y del Loco Lalo.
Un policía de cargo superior se les acercó. Ambos se encontraban con profundas heridas y cortes en las piernas.
_ ¿Qué ha pasado acá, carajo? –gritó el policía a los dos.
_ …
_ ¿Así que no van a hablar? – preguntó de nuevo furiosamente. Y pateó a ambos en el estómago.
_ …..
_ ¿Ustedes se creen los bacancitos de la zona? Creen que porque roban, fuman, se meten su marihuana, están en pandillas, van a ser verdaderos hombres?
_ ….
_ Respondan imbéciles. Ahí sí no tienen huevos para hablar. Solo los tienen para sacar un cuchillo o un arma y disparar, y hacer sus tantas mierdas.
_ ….
_ Van a ver. Se van a pudrir en la cárcel. Muévanse, hijos de puta.
Desde lejos, desde una esquina, permanecía escondido el “N.E.S.I.O.”, compañero del Loco Lalo. Observaba cómo lo interrogaban y cómo recibía golpes de esos malditos policías. Se lamentó por haberlo dejado ahí sin poder levantarlo. Pero ya no podía hacer nada. El Loco Lalo logró ver al “N.E.S.I.O.” desde muy lejos. Se miraron fijamente. Recordaban todo lo que vivieron juntos. Las cosas buenas y las cosas malas. Ambos aguantaron unas lágrimas en sus ojos. No podían controlarse. Se llevaban a la cárcel al Loco Lalo, junto con el Paisa. Finalmente, le hizo una señal de despedida. Era un hasta nunca.
Los otros que huyeron siguieron con su rivalidad eterna. Iban a permanecer peleados para siempre. Jamás se perdonarían el hecho de haber abandonado a sus líderes. Parecía que todo esto acabaría solo cuando uno de ellos estuviera tras las rejas o muerto.